
Calvià, viernes 8 de agosto de 2025
Matemática andaluza
Con Kiko Veneno, El Canijo de Jerez, Diego Pozo, Muchachito Bombo Infierno y Tomasito.
Por Víctor M. Conejo
Antonio Sureda (ver galería)
Ruido de sirenas. Tres tipos medio vestidos de policías, casco y porra, salen a aventar al público. En pantalla, vídeo guasón con título “Penal de Santa María, 2025” y presentación de los integrantes. Arrancan batería y bajo. Salen los cinco que son el G-5 vestidos de presos. En fila, claro. Canta el Muchachito: “Sacaron la guitarra / ¡y empezó la fiesta!”. Y tal que así que fue.
Todo fue muy ordenadito, que estos se las saben todas. Pero muy todas: es imposible calibrar la cantidad de talento, recorrido, sabiduría artística y vital que hay en un escenario al que se suben los G-5. Tras el Muchacho cantó Kiko, el grande, el enorrrrrme, y después vino el primero solo de Diego Ratón. Tras ello, primer arranque y taconeo de Tomasito, el gigantegigantón. Y después contó El Canijo “me estoy quitando de etiquetarte”. Decíamos sabiduría: ¡zas!, zurra a los tributos.
Los audiovisuales cambiaron a la estética 8 bits, después a la picassiana y después a las ilustraciones habituales en los bolos del Muchachito. Y más sabiduría: dijeron cantar “para todos los pueblos”, tras lo cual sacaron la bandera de Palestina para reafirmar “esta es la bandera de la vida”.
El directo de G-5 es una juerga impecable con guion interno infalible. Tanto que resulta fresquísimo. Otro acierto es lo rebién intercalados que están los medios tiempos que ya se han convertido en marca de la casa, medios tiempos etéreos, intensos y fascinantes. Los hacen pegajosos como casi nadie. Como «Badajoz», que aclararon estar dedicada a la gente de Cáceres y Santander.
La actuación es tan afinada que las aportaciones individualísimas también suman tonelada, como el funkarrismo de Tomasito al teclado, recordando que es el gitano más funk que jamás ha existido. “El genio del compás, el arte en vida” le definió Muchachito. O la escenografía mínima pero muy eficaz de ponerle una mesita y máquina de escribir para en nada, claro, hacer percusión con el sonido de teclas y tocar «Querido Javier». O los momentos de complicidad entre los dos exDelinqüentes. Normal, hubo mucha muchísima, de ahí aquellas canciones.
Nota para la hemeroteca: ya en el tramo final del jaleo de patio con matemática andaluza que fue su directo, Tomasito dijo “os presento a nuestro auténtico líder”, y señaló al Canijo. Para el primer bis salieron de indios y mexicanos. Y Kiko de sheriff, quién si no. Ahí hubo cotas de espectacularidad en el público, de puro baile enloquecido.
Y a la hora y media larga se despejó una de las dudas: ¿iban a hacer versiones dado el enorme caudal de temazos que albergan los componentes? La respuesta: suyas, no. Solo cayó una y fue el archijaleado «El muerto vivo», architemón escrito por el colombiano Guillermo González Arenas y archipopularizado posteriormente por el cubano Rolando Laserie y Peret.
El final solo podía suceder de una manera, y no por esperado fue menos tremebundo: con Tomasito percutiendo zapatos en mano, a grito jaranero de “¡vaya sarao!” y “el que quiera dormir que se compre una colchoneta”. Eso fue lo esperable, pero no lo tremendón: de repente salieron colchonetas por todo. Ítem más, hubo segunda anécdota final: mientras la banda abandonaba el escenario sonó «El dimoni dins jo» de Tomeu Penya. ¿Elección de la banda o freestyle del técnico de sonido?
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